Circo de Pueblo


Al amanecer del sábado, mientras las vecinas  con sus chalinas descoloridas y percudidas por el paso de los años, salían de sus humildes casas a comprar el pan y media libra de azúcar en la tienda Don Víctor, se escuchó el primer anuncio de perifoneo.

La voz nasal, agudizada por la corneta metálica que reposaba atada con cabuyas al techo de una vetusta Datsun 1200, anunciaba el acontecimiento: “Hoy, gran función del circo Madagascar, el circo de la película”.

Un hombre de unos cincuenta años, que usaba una camiseta blanca dos tallas menor a la suya y cuyo estampado decía “la 6”, conducía la camioneta a diez kilómetros por hora. Con la mano izquierda tomaba el volante mientras con la derecha sujetaba apegado a su mostacho lampiño un pequeño micrófono con el que pregonaba los horarios de las funciones del circo.

Algunos curiosos, aún con lagañas en los ojos, se asomaban por las ventanas y puertas de calle. El hojalatero, puesto una gorra Wesco, alzaba la lanfor que producía un escándalo que servía para indicar a los moradores cercanos que el día acababa de iniciar.

Don Víctor amarraba con ligereza las fundas con pan, afirmaba que el circo no había venido desde hace fu, que antes venía todos los años y que si algún año no venía, venía al siguiente con nombre nuevo y con alguna atracción nueva, - Ahora los circos son chimbos, ya no tienen animales, a lo mucho perros runas– afirmó.

En el pueblo no viven más de trecientas familias, todos se conocen, es un lugar estrecho y silencioso y que está encarnado en las montañas andinas, con casas antiguas, unas cuantas nuevas y amorfas en obra gris y unas pocas construidas con adobe, las que pertenecieron a los primeros habitantes.

La plaza central es pequeña, tiene cuatro bancas metálicas alrededor de una pileta que desde hace más de dos décadas no tiene agua y que solo se llena parcialmente cuando llueve. En los costados instalaron unas verjas de color celeste con formas redondeadas que no son adorno ni se les conoce función alguna. Al fondo, se erige la iglesia, que tiene una capacidad para cien personas y en la que se encuentra junto al altar una estatua que representa a San Antonio boquiabierto mirando al cielo y cargando con un brazo al divino niño.

Un hombre sin pierna, apoyado a dos muletas de palo, corre hacia la esquina de la capilla donde cuelgan desde lo alto dos sogas verdes que dan vida a la campana que anuncia la misa de las ocho. Cuando el cura pronuncia el “podéis ir en paz” se escucha nuevamente desde el parque los anuncios de “Hoy, gran función del circo Madagascar, el circo de la película”. La Datsun fue instalada estratégicamente a un costado del parque, junto al puesto donde un indígena vende choclos y pescados asados.

San Antonio está de fiesta, es el primer sábado de enero y hay misa de niño. Desde la iglesia sale una pequeña procesión que a su paso deja las calles llenas de pétalos de rosas. El olor a sahumerio se mezcla con el hedor del pescado asado. El indígena avienta el carbón, se seca el sudor y sirve los pescados en platos de lata.

Más abajo, en la picantería Doña Blanquita, se ve salir a dos borrachos que apenas pueden caminar. Uno de ellos avanza de tumbo en tumbo agarrado una botella de trago casi vacía, mientras el otro babea, arrimado a la pared, una canción incomprensible. Se tambalea metido las manos en los bolsillos, con la camisa desabotonada hasta el pupo y mostrando en su pecho un tatuaje de un corazón verde con la frase “Mi corason eres tu”

A un lado de la pileta, unos comerciantes tienden en el piso una tela para colocar sus mercaderías: gorras y bufandas de tela, chapulines colorados de plástico, pulseras rojas para el mal de ojo, adornos de tagua y escapularios con decenas de imágenes religiosas. Al otro costado, una pareja joven, acomoda en una tabla las películas piratas en mp4. Cinco películas en un solo disco, a dólar, con los invencibles Chuck Norris y Jackie Chang, además de los últimos hits de Ángel Huaraca y Los Conquistadores. Su hijo, un niño de unos tres años, llora descalzo en el piso mientras se absorbe los mocos que le caen hasta la boca.

Margarita, la hija de doña Blanquita, barre la puerta de su local y espanta con la escoba al borracho que se quedó arrimado a la pared. En ese sitio instalará la cocina, el tanque de gas y el latón para la caucara. Su negocio se estableció a mediados de los setentas y siempre ha funcionado como picantería y cantina. – Mamá Blanquita inició el negocio, pero yo estoy hecha cargo desde que se rodó las gradas y se rompió la pierna – Cuenta Margarita mientras mete unos sueltos en el bolsillo del mandil blanco.

La procesión llega a la esquina de la picantería. El cura, con una rosa y un vaso con agua, bendice las calles por donde avanza la procesión mientras  las feligreses sujetan los rosarios y cantan en un único tono “madre santa ruega por nos”.

Junto a la cancha de tierra, donde todos los domingos se apuesta al ecuavolley, se toma cerveza y se meten quiños entre compañeros de equipo, se instaló el circo.

En sus alrededores también se han instalado los comerciantes nómadas. Una anciana vende moritas rojas y negras, cigarrillos de dulce para los niños, yo-yos de Barney el dinosaurio y paracaídas con soldaditos de plástico verde.

A su lado, un hombre de acento costeño, con la escopeta, la tabla llena de chiclets Adams y con un billete de cinco dólares como premio mayor, vocifera al que se cruza: ¡Venga primo! ¡Venga campeón! ¡Venga suertudo!
Al frente se ven los puestos de manzanas acarameladas, se escucha el motor del puesto de los algodones de azúcar y se huele el humo de las carnes en palito. Un hombre sentado en una silla de madera, con gabardina de pana y sombrero de contador, exhibe sobre un baúl de madera las revistas de Memín Pingüin, El Santo, Kalimán y, un poco escondidas, las Sueca y las Pimienta.

La carpa del circo es pequeña y desteñida, de rayas azules y amarillas, decorada con focos intermitentes de colores, con una marquesina quemada y con carteles que cuelgan anunciando las múltiples atracciones: los hermanos águila; Sando, el mago; los personajes de la película Madagascar y, una atracción recuperada desde hace muchos años atrás: Leyla, la mujer serpiente.

Continuará...

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